En la niñez, lo que no vemos no existe; solo hay presente.
En la juventud, nuestra única religión es el futuro.
En la madurez, los días desbocados se nos escapan.
En la senectud, añoramos lo remoto.
El tiempo mueve nuestros hilos,
Como marionetas nos emplea.
¿Y quién puede controlarlo a él?
Tal vez escribimos por eso:
Para jugar a relojeros del único tiempo real;
El inventado.